El sol y la
luna son testigos infortunados, del paso del hombre en la tierra. Un ser engreído
que no es más que un saco de huesos, carne y vísceras, que intenta
apoderarse de lo que aún no conoce ni
entiende. Lunático que arrasa lo que no es suyo, y nunca lo será, la tierra por
ciclos se desprende del parasitismo que se posa sobre ella, como el perro se sacude de las pulgas que anidan en él
La tierra es
paciente, porque sabe que el hombre siempre perece, y ella se vive trasformando y sobreviviendo al depredador. El hombre
juega y cree ser el amo, pero solo es el abono de la madre tierra, en el mejor
de los casos, ya que los abonos pueden ser restos de plantas hortalizas y
también heces malolientes.
El juego de
vivir sorprende al rey y al mendigo, el rey muere y ve que su reino es el
infierno que se compró por casi una
eternidad, y mira al mendigo que siempre humillo, con envidia por el lugar que
tiene, y él no puede alcanzar. La luz espiritual, no se compra y no se vende,
solo se consigue entendiendo el juego y no ganando nada más que tranquilidad de
consciencia.
Hombres
necios que regalan su consciencia por no
saber su valor, y lloran como niños, cuando llega la hora, pues el miedo lo ata
a su lecho agónico, tratando de quedarse en el lugar que no pueden retener. En
ese momento saben lo que les espera, y no tienen el valor de aceptarlo, porque
siempre fueron débiles y miedosos, que solo cubrieron su vergüenza con la avaricia y el funesto poder de la
materia. Ignorantes espirituales que se ven a sí mismos como oscuras manchas de
humedad y suciedad, ante la luz resplandecientes de la consciencia moral del
todo y la nada al mismo tiempo.
UN NADIE JUEI MU.
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